En octubre de 2017, el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, dio por buena la declaración unilateral de independencia de Cataluña. Para comprender cómo se llegó hasta aquí hay que remontarse a bastante años atrás. La realidad es que el proceso soberanista se inició cuando Jordi Pujol llegó a la Generalitat en 1980, y la crisis catalana se produjo por la confluencia de cuatro factores: la creación de un relato independentista granítico, la apatía de los gobiernos estatales para desmentirlo y la carencia de acción política en Cataluña, la crisis económica y la dicotomía entre la Cataluña rural y la urbana. Estos componentes mantenían un frágil equilibrio hasta que se añadió un elemento que los hizo estallar: la profundización en las investigaciones judiciales sobre la corrupción de Convergència Democràtica de Catalunya. La corrupción es el acelerante del proceso, que es usado como fórmula para encubrirla. Es la tormenta perfecta. El resultado es una sociedad partida en dos y que los ciudadanos tengan que tomar partido por todo, incluso entre L'Estaca de Lluís Llach o Mediterráneo de Serrat. De la revolución de las sonrisas hemos pasado al tsunami.
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